Podría partir con Los sorias escribiendo sobre sus dimensiones, su longitud demandante, su pesadez física tremenda, su densidad que se plasma en sus componentes materiales. Podría comenzar con una queja, un insulto, así como una veneración o un gemido de hastío. Pero nada de aquello atravesaría la inmensidad de esta obra de Laiseca, y en consecuencia no le haría justicia. Por lo tanto, en pos de una reseña más justa, en cambio podría comenzar despojando al libro de sus dimensiones colosales, sus cualidades de exigencia articular y muscular, y sus exigencias mentales, podría comenzar podando su duración verborrágica, el irrespeto hacia el tiempo libre y al rutinario, y el desafío que propone desde su intimidación inicial, propulsada por los efectos de los sentidos más superficiales. Podría comenzar, entonces, haciendo lo contrario al análisis: un antianálisis. Podría descuartizar, basurear, tirar lo que no me sirve, lo que se me antoja. Podría arrojar el libro al fuego y quedarme con la memoria, o más bien, pienso, podría adentrarme en lo que para mí hace que Los sorias sea un Novelón (sí, con mayúscula) y no una novela cualquiera.Qué es este libro. Por qué leería un libro así de largo. Por qué. Simplemente, por qué existe esto. Cuál es su sentido y por qué pretende seguir existiendo. Los sorias nos empuja hacia los más altos delirios de una mente hiperactiva, personalizada por decenas de personajes prescindibles e imprescindibles. ¿Está bien empezar así? O así: Los sorias nos sumerge en un mundo de ontología decadente, en donde el humor apenas llega a matizar los efectos de la brutalidad política y social, y de sus guerras más viscerales. O bien: Los sorias es una obra exigente pero que recompensa, una obra simple y compleja a la vez, que galardona a un lector involucrado como si fuese un navegante, o el pasajero de un Caronte escuálido que lo lleva a la orilla de la destrucción del ser. Acaso eso podría incentivar a los lectores, o acaso podría plantear la seducción del reto como una forma de lectura didáctica, no lo sé. Pero lo que sí sé, y quizá podría escribir sobre eso, es que Los sorias es mucho más que sus dimensiones, y eso no es poco decir. Cuando leía que Laiseca celebraba que Los sorias era más extenso que el Ulises, yo no lo celebraba. Qué joraca me importa. Pero como ocurre con casi todo, a veces hay que arriesgar. Y si el riesgo trae recompensa, este podría ser un ejemplo de aquello.
Teniendo en cuenta la oposición de miradas que existía en la literatura argentina en el siglo XX (¿y sigue?) entre lo que era la literatura con bases espirituales (o internas o mentales, o exactamente simbólicas) versus la literatura con bases sociales o políticas, podríamos abordar Los sorias según este camino. Laiseca no se detiene en un principio, sino en varios. Los sorias presenta una convergencia entre lo espiritual y lo social que tiene su punto de inicio en lo segundo y culmina ostentando lo primero (perdón por esta perpendicularidad). Si algo es Los sorias es un manifiesto de una transformación transgredida por los distintos agentes que formulan su historia. En el Monitor, particularmente, veo la unificación de la violencia desalmada y también de la reflexión, en donde el humor brilla en sus secciones más brutales para retroceder en sus secciones más oscuras, lo que nos deja con la idea de un libro entrópico, en el que este líder, reflejo cruel del Príncipe maquiavélico, es el portavoz de las significaciones que atañen la narrativa de su relato autodestructivo. Dicho de otro modo, Los sorias pasa de ser un viaje sociopolítico a ser un viaje de pretensiones redentoras, en donde el delirio interviene en la seriedad y, al final, viceversa. Esto, ciertamente, nos introduce a un lugar incómodo que roza al escándalo silencioso, puesto que dada la naturaleza de los regímenes, la identidad misma de estos países está directamente ligada a simbologías y acciones propias del fascismo más tradicional.
Por eso, podríamos deshojar a Los sorias. Desde «Los enemigos de pieza», pasando por la espectacular «Samarcanda» hasta la última batalla pesadumbrosa, podríamos agredir al libro hasta que ceda por su propio peso. Sacar, romper, destrozar, hasta que no quede más que un solo mensaje que nos grite agónicamente desde las profundidades del basural. En la heterogeneidad de sus elementos Los sorias se agiganta, se exhibe tal cual es. Obras de teatro, coloquios filosóficos o delirantes, stream of consciousness, experimentación forzosa, convencionalidad lineal y no lineal, dibujos militares, pentagramas, revoltijos narrativos que conviven en el caos que propone el autor. Y en este remolino ese mensaje sigue entero. Qué mensaje. Qué mensaje. Aun en el más absoluto abismo derrotista (o aun en el salvajismo revanchista) se luce la humanidad de sus personajes, y si la historia no acompaña esa intención habré leído el libro al revés. Permítanme reformular: solo en el abismo derrotista los personajes aceptan su humanidad. Solo ante el final lo que parecía pueril y repugnante destaca su belleza. Porque a fin de cuentas, este no es un libro sobre la guerra sino sobre la humanidad, sobre el conflicto total, principalmente cuando ser humano no parece ser la opción más sencilla.






